9/6/07

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Hay un círculo natural, al que pertenecemos, que es el que constituye la familia. Originariamente un ser nacía y se incorporaba a ese circulo, pero de manera transitoria. Hoy, el ejemplo mas claro lo vemos en los animales. Un animal nace y se suma al círculo de su madre.

Esta da hasta la vida por defenderlo, se ve en casi todas las especies. Pero, al crecer y adquirir identidad propia, deja de pertenecer a ese circulo originario. Primitivamente el hombre era también así. Luego se fue como puliendo y cobrando sentido la relación "familiar" y se constituyo en el clan, el grupo, la familia, la tribu, desde distintas etapas, dimensiones y alcances.

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Entonces el individuo pasó a tener otro Status: el que determinaba la familia a la cual pertenecía. Era una cuestión social, de poder, pero social, con base sólida en la cultura del grupo. Hoy esa cuestión que diferencia es, también, de poder, pero es económica, ya no tiene base cultural. Hoy un individuo, o su familia, o su grupo, aplastan y subyugan a otros por la plata, o el dinero, que tienen y no porque son mejores, o mas preparados.

Antes existía un concepto cultural que se impregnaba a todos los componentes del grupo. Todos tenían la misma oportunidad y como es natural, unos la desarrollaban más y mejor que otros, y por eso, prevalecían en la guerra, en la caza, y en las actividades que desarrollaba. Pero en forma natural.

El jefe era, sino el mejor, al menos el mas fuerte, el mejor preparado para la lucha, para soportar las inclemencias que debía padecer el grupo. Entonces era aceptado por los demás de manera natural, sin ninguna reparo. Aparecía, así, el principio de autoridad. El principio de autoridad desciende del mérito. El mérito es hijo del ingenio y la virtud. Desde niños todos se formaban en el arte de la vida, de la acción. La escuela común era la actividad propia de todos y la transmisión de los conocimientos era para todos igual. Todos aprendían lo mismo y de la misma manera.

La capacidad individual de cada uno hacia la diferencia. No existían privilegios ni condiciones especiales. Luego, al nacer la monarquía y con ella, la nobleza, todo esto pasó al olvido, aparecieron las prerrogativas de sangre y después las de la fortuna familiar. El dinero reemplazó al talento y a la capacidad. Comenzó el reinado de la intriga. Y todos perdieron la tranquilidad.

El débil porque en su debilidad, creía más fuertes a los poderosos de lo que en realidad eran. Los poderosos porque, en su interior, conocían las tretas propias de los intrigantes para procurarse poder: ellos las habían utilizado. Así esta hoy el mundo, gracias a los abusos que, hombre contra hombre, la humanidad propuso, consumó y toleró. Dejémos de actuar hipócritamente, hagámosnos cargo de nuestras acciones. Dejémos de decir una cosa y hacer otra distinta. Somos incoherentes porque privilegiamos el poder del dinero por sobre todas las cosas. Adoramos al ídolo más falso, en lugar de adorar al Dios verdadero. Y lo hacemos sin medir ninguna consecuencia.

La humanidad entera sufre las consecuencias de un accionar egoísta y perverso. Sin más meta que la muerte en el averno. Definitiva. Total. Y matamos la esperanza de todos los que, poniendo su esperanza en nosotros, se alejan de Dios para morir irredentos y sufrientes; estériles.

Con una esterilidad ganada al precio de la propia dignidad, dilapidada en aras de una realidad que marca el signo contrario al que El Creador puso en Su creatura principal: Su imágen y semejanza. No hallamos a Dios en nuestro interior. Lo hemos desalojado. Nos hemos vaciado de Él.

No lo encontramos en nuestros hogares, lo expulsamos, cambiándolo por todo aquello que Satanás nos ofrece: TV; música sin sentido; alcohol; drogas; violencia; fornicación; prostitución; ya no ponemos nuestra vida en Sus Manos; ya no llevamos Sus Sacramentos; ya abandonamos nuestra necesidad de Dios. Lo cambiamos por el mundo. Ese mundo en el que tenemos que vivir, pero no ser de él...

Cuando Dios comenzó su relación con Su Pueblo; cuando comenzó a formarlo y darle identidad; cuando lo liberó de Egipto y la esclavitud; cuando lo llevó a la Tierra Prometida; cuando, en fin, estableció Su Pacto con Su pueblo y cuando lo ratificó por toda la eternidad por medio de Jesús, Su Hijo, en Su Gloriosa Pasión, allí, Dios, estableció el círculo, su círculo, el círculo de los Hijos de Dios, el círculo de Su Familia, ese es el círculo al que pertenecemos, por toda la eternidad, si somos capaces de poner en obras El Evangélio que Jesucristo nos enseñó, ese que consiste tan solo en la transmisión de la "Buena Noticia del Reino": "...conviértanse que ya está cerca el Reino de Dios...". Hagamos, hoy, nuestro compromiso fundamental: no abandonar, por la seducción del pecado, por la vida fácil, por los placeres del mundo, el círculo de la Familia de Dios. Seamos fieles a Él.

No lo abandonemos por debilidad, porque el infierno será nuestro destino. Decía un Santo, que creo era San Esteban, que sin tentación no hay santidad. Quiere decir que llegar a ser santo solo depende de nuestra fortaleza basada en la FÉ. Recordemos: "...Ante el placer de morir sin pena, bien vale la pena el vivir sin placer...". Aunque nunca lleguemos a santos, el primer paso es reconocernos pecadores.

por José A. Elli

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